CONSTRUYENDO ESPACIOS SEGUROS PARA LAS MUJERES EN LA POLÍTICA

Tercer Trimestre
Boletin de Divulgación
Escrito por: Mtro. Etienne Simonín Zamacona
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La participación política de las mujeres ha sido históricamente limitada por diversas barreras sociales, culturales, económicas y estructurales. Si bien en las últimas décadas se han logrado avances significativos en la inclusión de las mujeres en los espacios de toma de decisiones, aún persisten múltiples formas de exclusión, discriminación y violencia que impiden el ejercicio pleno de sus derechos políticos. En este contexto, resulta imprescindible construir espacios seguros para las mujeres en la política, como condición fundamental para consolidar una democracia incluyente, paritaria y respetuosa de los derechos humanos.

En el escenario político contemporáneo, la participación de las mujeres continúa enfrentando múltiples desafíos derivados de estructuras históricas desiguales que perpetúan la exclusión, la discriminación y la violencia. A pesar de los avances legislativos y normativos que han promovido la paridad y la representación política femenina, la violencia contra las mujeres en los espacios de toma de decisiones continúa siendo una barrera persistente y alarmante. La necesidad de construir espacios seguros para las mujeres en la política no es solo un imperativo ético y legal, sino una condición fundamental para el fortalecimiento de la democracia y la equidad en las instituciones públicas.

La política, entendida como la esfera donde se toman decisiones que afectan el rumbo de una sociedad, debe ser un espacio abierto a la participación de todas las personas, sin distinción de género. Sin embargo, en muchos casos, las estructuras partidistas, legislativas, ejecutivas y judiciales reproducen dinámicas patriarcales que marginan, desacreditan o violentan a las mujeres que se atreven a participar activamente. Estas dinámicas no solo vulneran los derechos de las mujeres, sino que también empobrecen la calidad de la representación democrática y limitan la pluralidad de voces en la construcción de lo público.

La violencia política contra las mujeres por razón de género es una manifestación extrema de esta exclusión. Se expresa mediante agresiones físicas, psicológicas, simbólicas, sexuales, económicas y digitales, dirigidas específicamente contra mujeres por el hecho de serlo, con el objetivo de desalentar su participación, silenciar sus opiniones o castigar su visibilidad pública. Esta forma de violencia no solo es inaceptable desde cualquier perspectiva ética, sino que también representa un obstáculo grave para el ejercicio de los derechos políticos de las mujeres y para el fortalecimiento del Estado democrático de derecho.

Un espacio seguro para las mujeres en política implica mucho más que la ausencia de agresiones físicas o verbales; se trata de garantizar condiciones estructurales, simbólicas y culturales que permitan a las mujeres ejercer su derecho a participar en la vida pública sin temor, sin discriminación y con plena libertad para influir en las decisiones que afectan a sus comunidades y al país en su conjunto. Esto implica la generación de entornos libres de violencia política en razón de género, el reconocimiento de sus liderazgos y capacidades, y la garantía de mecanismos institucionales eficaces que promuevan su inclusión activa y sostenida.

A pesar de que en las últimas décadas se han logrado avances significativos en materia de paridad de género, estos logros no se han traducido de forma automática en igualdad sustantiva. Las mujeres que acceden a cargos de representación o liderazgo continúan siendo blanco de ataques que buscan deslegitimar sus voces, obstaculizar su ejercicio político y, en muchos casos, expulsarlas del espacio público. Estos actos se manifiestan en formas diversas: desde el acoso, la denostación mediática, el hostigamiento digital, hasta la coacción, la exclusión deliberada en la toma de decisiones, la descalificación de su capacidad profesional o incluso agresiones físicas.

Frente a esta realidad, es necesario que los partidos políticos, las instituciones electorales, la sociedad civil y la ciudadanía en su conjunto asuman un compromiso firme con la transformación de estos escenarios. Construir espacios seguros requiere un abordaje integral que reconozca las causas estructurales de la violencia, que se apoye en la educación y la formación con perspectiva de género, y que fortalezca las capacidades institucionales para prevenir, atender y sancionar cualquier manifestación de violencia política de género.

La participación política de las mujeres no puede depender de su capacidad para resistir entornos hostiles, sino de la creación de condiciones que garanticen su permanencia, liderazgo y desarrollo. Es decir, no basta con abrir la puerta a la representación formal; es indispensable cuidar que quienes cruzan esa puerta puedan permanecer en igualdad de condiciones, con el reconocimiento de sus derechos y la protección frente a las violencias estructurales que persisten incluso dentro de los espacios formalmente democráticos.

En este sentido, uno de los primeros pasos para construir espacios seguros es reconocer que la violencia política de género no es un fenómeno aislado ni anecdótico, sino una expresión sistemática de desigualdades históricas que se reproducen incluso en los marcos institucionales. Este reconocimiento permite visibilizar las experiencias de las mujeres que han sido objeto de violencia y poner en marcha políticas concretas para prevenir su repetición. En este proceso, el testimonio de las mujeres políticas y la documentación de los casos son herramientas clave para evidenciar patrones, promover reformas normativas y generar conciencia colectiva.

Para construir espacios seguros en la política, se requiere de un compromiso institucional sostenido y transversal que incluya diversas estrategias articuladas entre partidos políticos, instituciones electorales, organizaciones de la sociedad civil, medios de comunicación y ciudadanía en general. La generación de entornos libres de violencia y discriminación pasa por reconocer que la igualdad sustantiva no se logra únicamente con reformas legales o cuotas numéricas, sino con transformaciones profundas en las prácticas, culturas y valores que rigen la vida política.

Uno de los pasos fundamentales para garantizar espacios seguros es la adopción de protocolos institucionales para prevenir, atender y sancionar la violencia política de género. Estos instrumentos deben establecer rutas claras de acción ante cualquier tipo de agresión, ofrecer mecanismos accesibles de denuncia, proteger la confidencialidad de las víctimas y asegurar la no revictimización. Además, deben estar acompañados por capacitaciones constantes al personal involucrado, para que exista una comprensión real y sensible del fenómeno.

Otro elemento esencial es el fortalecimiento de los marcos legales e institucionales que tipifican y sancionan la violencia política de género. México ha sido pionero en incorporar esta figura en su legislación, particularmente con la reforma de 2020 que la reconoció como delito. Sin embargo, la aplicación efectiva de esta normativa aún enfrenta desafíos, como la falta de denuncias, la revictimización, la impunidad o la escasa capacitación con enfoque de género en las instancias responsables de impartir justicia. Por ello, resulta fundamental que los organismos jurisdiccionales, administrativos y legislativos avancen en una implementación sensible, eficiente y comprometida de las leyes existentes, asegurando que las mujeres puedan ejercer sus derechos sin obstáculos ni represalias.

Asimismo, los partidos políticos, como entidades de interés público que reciben financiamiento estatal, tienen una responsabilidad especial en la construcción de espacios seguros. Su compromiso no debe limitarse al cumplimiento formal de las cuotas de género, sino que debe reflejarse en políticas internas claras contra la violencia, en la promoción activa del liderazgo femenino, en la formación de cuadros con perspectiva de género, y en la adopción de protocolos eficaces para atender y sancionar los casos de violencia al interior de sus estructuras. El uso adecuado de los recursos públicos etiquetados para la capacitación y promoción de la participación política de las mujeres es una vía estratégica para avanzar en este objetivo.

En este marco, es importante destacar el papel de la formación política como herramienta para empoderar a las mujeres y transformar las culturas organizacionales. Promover la participación de mujeres en espacios de deliberación y toma de decisiones requiere fortalecer sus capacidades técnicas, estratégicas y emocionales, pero también implica modificar los entornos en los que estas capacidades se despliegan. Las escuelas de liderazgo con enfoque de género, los talleres de prevención de la violencia, y los espacios de acompañamiento y redes de sororidad constituyen estrategias clave para consolidar una presencia activa y sostenida de las mujeres en la vida pública.

Resulta prioritario fortalecer los marcos normativos que sancionan la violencia política de género, tanto en el ámbito administrativo como penal. La tipificación de esta violencia como un delito específico en muchas entidades federativas representa un avance relevante, pero aún es necesario armonizar las leyes en todo el país, garantizar su aplicación efectiva y asegurar que las víctimas accedan a la justicia de forma rápida y sin obstáculos. El acceso efectivo a la justicia implica no solo que las denuncias sean atendidas, sino que los agresores enfrenten consecuencias reales, con perspectiva de género y enfoque de derechos humanos.

Del mismo modo, los medios de comunicación y las plataformas digitales tienen un papel ambivalente que debe ser atendido. Por un lado, son herramientas poderosas para amplificar las voces de las mujeres y visibilizar sus agendas; por otro, son escenarios donde se reproducen y amplifican discursos de odio, violencia simbólica y ataques dirigidos a deslegitimar su participación. La regulación de los contenidos digitales, la moderación ética en redes sociales, y la formación de periodistas con perspectiva de género son pasos indispensables para garantizar un entorno comunicativo que favorezca el respeto y la igualdad.

Por otra parte, la ciudadanía también tiene un papel fundamental en la construcción de espacios seguros. Una sociedad que se compromete con la equidad y la justicia no puede tolerar expresiones de violencia, ni legitimar prácticas excluyentes. La denuncia ciudadana, la solidaridad con las mujeres políticas, y la exigencia activa de rendición de cuentas a los partidos y autoridades responsables, constituyen mecanismos democráticos que fortalecen los marcos de protección y previenen nuevas formas de agresión.

En este esfuerzo, es indispensable atender también la diversidad de experiencias que viven las mujeres en función de su origen étnico, edad, clase social, orientación sexual, condición de discapacidad o ubicación geográfica. Las mujeres indígenas, jóvenes, afrodescendientes, con discapacidad o de zonas rurales enfrentan múltiples barreras interseccionales que agravan su vulnerabilidad frente a la violencia política. Por ello, las políticas de protección y promoción deben incorporar un enfoque interseccional que reconozca y atienda las múltiples formas de discriminación que se entrecruzan en estos contextos.

Entre las acciones concretas que se pueden implementar para construir espacios seguros para las mujeres en política, destacan:

La adopción obligatoria de protocolos internos en partidos políticos y órganos de gobierno para prevenir, atender y sancionar la violencia política de género.

El fortalecimiento de los mecanismos de denuncia y acompañamiento jurídico y psicológico para mujeres víctimas de violencia política.

La implementación de campañas permanentes de sensibilización dirigidas a militantes, autoridades y ciudadanía en general.

La promoción de redes de mujeres en política que brinden acompañamiento, intercambio de experiencias y respaldo mutuo ante escenarios de violencia.

La inversión adecuada y transparente de los recursos públicos etiquetados para la capacitación política de mujeres, garantizando que impacten positivamente en su empoderamiento real.

La incorporación de contenidos con enfoque de género en los procesos de formación política, escolar y mediática para transformar imaginarios colectivos sobre el papel de las mujeres en el poder.

Además, las instituciones electorales juegan un papel clave para garantizar que los procesos democráticos se desarrollen en condiciones de igualdad y sin violencia. Su labor va más allá de organizar elecciones; implica también vigilar el cumplimiento de la normativa en materia de paridad y no discriminación, emitir lineamientos para prevenir la violencia política de género, sancionar conductas que vulneren los derechos políticos de las mujeres, y generar información estadística que permita dimensionar el problema. La creación de registros públicos de agresores, como el Registro Nacional de Personas Sancionadas en Materia de Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género, representa un paso importante en la protección de los derechos político-electorales de las mujeres.

Los medios de comunicación también tienen una enorme responsabilidad en la construcción de espacios seguros. Su cobertura puede contribuir a visibilizar la violencia política de género, romper el silencio y generar conciencia social, pero también puede reforzar estereotipos, minimizar las denuncias o revictimizar a las mujeres si no se actúa con responsabilidad. Por ello, es urgente promover prácticas periodísticas con perspectiva de género, que incluyan un lenguaje incluyente, eviten la reproducción de prejuicios sexistas, y se centren en los hechos sin descalificar o ridiculizar a las víctimas. La formación en género para periodistas, comunicadores y directivos es fundamental para erradicar los sesgos que aún prevalecen en la cobertura política.

La sociedad civil, por su parte, desempeña un papel indispensable en la vigilancia, denuncia y acompañamiento de los casos de violencia política de género. Las organizaciones feministas, defensoras de derechos humanos y observatorios ciudadanos han sido fundamentales para documentar los casos, brindar asesoría legal, generar redes de apoyo y exigir respuestas institucionales. Su trabajo debe ser reconocido, fortalecido y protegido, ya que constituyen un contrapeso fundamental ante posibles omisiones o negligencias por parte de las autoridades.

Finalmente, construir espacios seguros para las mujeres en la política es una apuesta por una democracia más fuerte, más representativa y más justa. Una democracia que excluye o violenta a la mitad de su población no puede considerarse verdaderamente incluyente ni legítima. Erradicar la violencia política de género y garantizar la plena participación de las mujeres en la toma de decisiones es una tarea colectiva que interpela a todos los sectores de la sociedad.

No se trata únicamente de una lucha de las mujeres, sino de una responsabilidad compartida. Avanzar hacia una cultura política libre de violencia implica transformar estructuras, modificar prácticas, revisar discursos y repensar los valores que sustentan nuestra vida pública. En ese camino, cada paso cuenta: desde el compromiso institucional hasta el gesto cotidiano que reconoce y respeta la voz de las mujeres en todos los espacios de poder.

En conclusión, garantizar espacios seguros para las mujeres en la política no solo es una medida urgente frente a la violencia de género, sino también una condición imprescindible para el fortalecimiento de la democracia. La representación política igualitaria, libre de violencias y prejuicios, permite que las decisiones públicas respondan a la diversidad de experiencias, necesidades y aspiraciones de la ciudadanía. La democracia no puede ser verdaderamente representativa si las mujeres no participan en igualdad de condiciones, sin miedo y con plena libertad. Por ello, construir una política sin violencia es una tarea impostergable que exige compromiso, voluntad y acción colectiva. Solo así será posible avanzar hacia una sociedad más justa, paritaria y respetuosa de los derechos humanos de todas las personas.

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